Pues no, no vi un cerdo en brazos de nadie, aunque algo me contaron y más de una persona me ha hecho ver la foto en la prensa. Y quien me lo contó, escuchó mi opinión, que tampoco le sorprendió, sobre el pobre animal maltratado y sobre cómo tantas veces lo que empieza haciendo gracia e incluso ilusión se va de las manos. Sí, ya, cosas de chicos. Pues a lo mejor no.
No entraré en el hecho de las cenas de fin de curso, somos seres sociales que celebramos lo que nos alegra alrededor de la mesa, tampoco es cosa mía el gasto extraordinario, aquí cada uno que haga sus números, o el brillo de un acto académico más o menos importado de otras latitudes geográficas y culturales y por lo tanto más o menos natural o artificial. Además, aplaudiré la necesidad de reconocer un rendimiento, de premiar que se ha aprovechado más o menos la etapa final de la escolarización tras el Bachillerato.
Quienes vemos el final de la fiesta desde dentro de unas instalaciones diseñadas para educar, tal vez debamos decir lo que pensamos, porque no nos hemos de quedar con el brillo y la emoción de la tarde del último jueves de mayo cada año.
Qué nos encontramos la mañana del viernes siguiente, cuando una charanga ameniza la algarabía a la entrada de los centros de Secundaria y se inicia en seguida el espectáculo de un grupo, no todos los alumnos, tampoco quizás la mayoría de ellos, que pretende y al final consigue entrar y empezar a correr por los pasillos, interrumpir las clases, y, sí, esto ya no tiene brillo, es fácil de imaginar, provocar desperfectos, hasta que quienes se han puesto a la defensiva consiguen convencerlos para que abandonen las instalaciones del centro, a base de buenas palabras, porque a esas horas y en esa situación todos estamos un poco susceptibles. Han pasado ya las horas, el alcohol (está en el aire, se hace evidente) ha hecho mella en quienes brillaron en el acto académico, y la situación que se vive es tensa. Desagradable. Mucho, como para dejarlo en un comentario, que es una chiquillada.
Y a quién culpamos ahora. Del maltrato a animales, de algún accidente provocado por todo esto hace unos años, de los riesgos que suponen estos comportamientos en la calle, en los desplazamientos por la ciudad y en los centros educativos, o del consumo de alcohol (muchos de estos alumnos son menores de edad). No son una chiquillada.
Habrá que ponerse a pensar. Y tomar medidas. Si el motivo de esta celebración está relacionado con los centros escolares, aunque no son ellos quienes hayan de cambiar esta inercia, algo podrán hacer. De entrada, plantearse un cambio. Hay más enseñanzas en los institutos, muchos alumnos dejan los estudios al acabar la Secundaria, o siguen haciendo Grado Medio de Formación Profesional y luego se incorporan a un Grado Superior, y pasan cuatro, seis, ocho años en los centros sin que su esfuerzo (en tantos casos encomiable, es lo que tienen las enseñanzas profesionales) reciba algún reconocimiento, una mínima despedida.
Y de ahí salen a la calle, al mundo del trabajo, donde la sociedad pondrá a prueba los valores adquiridos en la escuela, con el esfuerzo de todos.
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