domingo, 29 de junio de 2014

Y la bravata se convirtió en modo de vida. El barón rampante




Es lo que tiene ser adolescente, les da por llevar (o nos da por llevarles) la contraria y las ocurrencias rozan tantas veces el surrealismo, aunque en caliente unos y otros (padres e hijos, por ejemplo) piensan que la discusión ha creado un escenario definitivo. Habitualmente solo es cuestión de tiempo, y como en Astérix y Obélix, cuando el niño aquel decide que se enfada y no respira, pero acaba por ahogarse en poco más de un minuto y toma aire para sobrevivir, todo volverá en seguida a calmarse, a la espera de la siguiente bronca, porque una de los dos partes acabará por ceder, y pensarán que son ellos siempre los que ceden, tengan razón o no.




Algo similar le sucede a Cosimo Piovasco, barón de Rondó, quien al sentirse amenazado, decide dejar de vivir en la tierra y se sube a un árbol, y sobre árboles habrá de vivir una vida intensa, hasta el final de sus días, porque en su caso la bravata se convierte en un modo de vida permanente, a pesar de los pesares y de las pocas expectativas de éxito. Así, el relato de Biaggio, el hermano menor que no deja de salir de su asombro a lo largo de todo el libro, da vida a El barón rampante, de Italo Calvino. 
De la mano de las anécdotas de este monumental enfrentamiento generacional, Biaggio lleva al lector continuamente por las ramas (literal y figuradamente), y salta con él del siglo XVIII al XIX. Aparecerá Napoleón en persona, la masonería, la Enciclopedia, las relaciones con la Iglesia y la pelea por la ortodoxia, la piratería que ataca las costas del Mediterráneo. También merodean por los árboles los españoles exiliados por decreto de Carlos III, jesuitas incluidos, que organizan un ejército armado para combatir el error. Son los españoles por el mundo, los que viajaron al extranjero en tiempos remotos, remedio de todo nacionalismo, que se cura viajando, dicen, o leyendo, que también es viajar, el viaje verdadero que llega donde no llegaríamos nunca, por falta de tiempo, dinero o coraje. Cosimo encuentra también el amor, un amor que va madurando a lo largo del libro, desde la adolescencia hasta la edad adulta. También descubre la lectura, con sus riesgos: leer no es un acto inocuo, trae consecuencias irremediables, y quien no lo crea, que le pregunte al bandolero que aprende a leer y termina por ablandarse, un error fatal, similar al profesor particular de Teología, que daba las clases a Cosimo encaramado a un árbol, por hacerle caso y leer lo que no debía. 
El recorrido por costumbres y tiempos lejanos hace difícil predecir un final, que llegará, como el lector teme desde el principio, porque Cosimo no es eterno, y alcanzará la vejez gastado por su vida al aire libre, en las arboledas, sin haber pisado el suelo nunca, porque su bravata se convirtió en un modo de vida, con todas las consecuencias. 

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