domingo, 7 de noviembre de 2010

hablando del tiempo



Hace muchísimo tiempo alguien tuvo la feliz idea de asociar los tiempos de la vida humana a ciclos determinados, de manera que eso tan difícil de entender, el paso del tiempo, pudiera hacerse más comprensible.

También se crearon analogías que nos permitieran hacernos idea de este misterio que se nos escapa. De ahí los relojes, esos círculos por los que avanza una saeta pequeña siempre que la saeta grande gire un poco más rápido, y que afortunadamente el reloj digital no ha conseguido hacer desaparecer. El intento de medir el tiempo llevó a inventos cada vez más precisos, y ahora lo raro es que un reloj vaya con retraso (antes, la gente comprobaba la hora con los pitidos de la radio en las horas en punto, aunque hubo un antes anterior en el que no existía la radio, dicen).

Aunque no suelo leer libros superventas, te confesaré que Ken Follet, en Los pilares de la tierra me hizo pensar que la valoración del tiempo no ha sido siempre la misma, dado el tiempo que llevaba construir una catedral entonces, aunque eso mismo ya lo había sospechado yo antes en vista de los comentarios de aquel soldado legendario, Caius Magnificus, de las viñetas de Asterix y Obelix, que barría las losas de piedra del suelo del Palacio Presidencial de El escudo arverno con una parsimonia que reviví y me ayudó superar el desafío mental de algunos de los servicios que me tocó hacer en la mili.

Y nuestra lengua ha recogido maneras de medir el tiempo que sin duda ahora se han convertido en algo pintoresco para los urbanitas de este siglo. Ahí tenemos que algo pueda ocurrir de uvas a peras, de Pascuas a Ramos o de higos a brevas, aunque quienes no hemos dejado la escuela, bien por tener hijos en edad escolar o por razón de nuestro trabajo docente comenzamos el año en septiembre para acabarlo en junio (y el resto, el limbo escolar, sujeto a discusión permanente y revisable, seguro).

La Administración Pública, nuestro gestor del bien común, desgraciadamente ligada a los intereses de la clase política, vive el sueño de los períodos de cuatro años, las legislaturas. Y al final de cada legislatura aparecerán proyectos que habían dormido en el fondo del cajón de la voluntad, se retomarán viejos planes pese a que se sabe que no van a funcionar porque o no va a haber tiempo o no se cuenta con los fondos necesarios y se evitará hablar de lo que no hizo, porque posiblemente lo inventó la hemeroteca.

El sueño se apropia de la sociedad cada cuatro años, donde algunos residirán cómodamente,  y ya no asistimos al parto de los montes. Esto es el parto de la ballena, que pare cada cuatro años. El mundo al revés.

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