lunes, 29 de noviembre de 2010

Viaje en autobús



Andaba estos días dándole vueltas yo a lo necesario que va a ser regenerar la vida pública, y algo habrá que decir al respecto.

Quién no lo ha pensado alguna vez: políticos que viajan en coche oficial, ignoran cuánto cuesta un café y raramente echan gasolina, llegan a fin de mes sin ningún problema y declaran ingresos escandalosos, elegidos para la gloria por el filtro de una meritocracia sui generis que a veces hace pasar de todo a gente dotada de sentido común, necesitarían darse un baño de vida cotidiana sin otra pretensión que aprender del ciudadano medio, sin fotógrafos, periodistas ni nadie que nos venga a mostrar qué buenos son que se mezclan con quienes dicen (e incluso creen) representar.

Nada mejor para conseguir esta purificación de las costumbres que desplazarse en autobús desde Teruel hasta Madrid, una nadería de cuatro horas y media que pone a prueba la paciencia, la paz de espíritu y la capacidad de apretar el esfínter desafiando la elasticidad de las vísceras. Ya lo consiguió Josep Pla, quien en su retiro catalán posterior a la guerra civil española consiguió remover el interior de Dionisio Ridruejo, siempre preocupado por justificar su cambio de trinchera, quien afirmó que el Viaje en autobús “fue uno de los libros de conjuro o desmitificación del ambiente retórico más eficaces de la posguerra y una delicia para cualquier lector de gusto”. De hecho, lo comparó con el negativo de la fotografía de la época, algo parecido a La familia de Pascual Duarte de Cela.

El viaje en nuestro transporte público es medicina que aplaca el ímpetu de quien anda inquieto y cree que no habrá nada que le permita alcanzar la paz que proporciona la quietud que ansía. Aquí hay tiempo para todo. De cuando en vez sonará un teléfono móvil, cuarto enemigo del hombre que la doctrina moral habrá de añadir a las asechanzas del mundo, el demonio y la carne, y que revela a quien lo utiliza donde no hay otra cosa que hacer una vez que el paisaje se oscurece con la hora de invierno, los entresijos del alma que el ser discreto mantenía antes en su fuero interno. Es inevitable poner la oreja e imaginar qué dirá quien sostiene al otro lado del mundo de las comunicaciones el artilugio que se muestra enemigo de todo pudor.

Más adelante subirán al autobús personas que se conocen y por tanto continuarán la conversación que iniciaron en el apeadero. Se pasa de generalidades a cuestiones familiares, se habla de amigos que no siempre quedarán bien ante la audiencia anónima ya harta de mirar a la oscuridad, y que agradecerá la puesta al día en cuestiones que difícilmente trascienden el límite de la comarca. Por cierto: los jubilados de Castilla La Mancha gozan de descuento que los jubilados aragoneses no pueden disfrutar, siendo que el autobús para mayormente en pueblos de aquella comunidad. Agria conversación: de la injusticia de las diferencias autonómicas salta la argumentación a la política nacional. Buena nota tomaría nuestro viajero de coche oficial si su culo ya anduviera tan aplanado como el nuestro a estas alturas. Lo advirtió Pla hace casi setenta años: “los viejos camelos han sido desplazados por camelos nuevos. Todo está sometido a una eterna controversia.”

Llega el autobús a Madrid, superado el atasco de Guadalajara y la lentitud del corredor del Henares. El viajero asiente con Josep Pla al leer que “cuando uno ha nacido en un ambiente modesto, modestísimo, pero limpio y discreto, y ha sido educado para el uso de unas pocas, sencillas, sencillísimas calidades; cuando uno sabe distinguir naturalmente las ventajas que el orden tiene sobre el desorden sin necesidad de recurrir a la razón, al silogismo o a la tranca; cuando está más habituado a la ironía que a la intolerancia”. No puede evitar agarrarse el cabreo que se agarra cada vez que esto mismo, de haber sido como prometieron y prometerán quienes viajan en coche oficial, apenas echan gasolina y desconocen el precio de un café, lo podría haber hecho en hora y media.

¿Cabreado? No, lo escribo convencido por Pla de que “la manifestación más luminosa de la conciencia, no es quizá pensar, ni siquiera recordar, es contar. Contar es comprender.”

(La fotografía ha sido retocada por Amparo Hernández. La niebla de aquella mañana en la Estación de Autobuses nos acostumbra a estos otoños de Teruel)

1 comentario:

  1. Realmente Teruel y sus ciudadanos hubieran ganado mucho si TODO el dinero que se ha gastado en la chapuza de las lucecitas de la Plaza del Torico y en la otra gran ñapa que es la ronda de barrios (sin hablar de otras muchas obras grises, o grises obras), se hubiera ido a mejorar las comunicaciones con la capital del país. Hubiera sobrado dinero, seguro. Alguien me contó el otro día que algún político, cuando no mandaban los suyos, viajaba a Madrid en el autobús. ¡Qué bonita es la demagogia! Qué pena... "Por favor, que alguien haga algo".

    ResponderEliminar