sábado, 23 de abril de 2011

23 DE ABRIL. EL SEÑOR SAN JORGE


(De las notas manuscritas que escribió don León Navarro en 1946, durante su ingreso en el Sanatorio de Enfermedades del Tórax "La Muela")


Una tradición prescrita por la herencia que pasa de padres a hijos en la calma del hogar de noches largas del invierno impertinente de la ciudad vieja, establece que los quintos deberán velar la llegada de los primeros vencejos a partir de la hora del crepúsculo del día del Patrón desde lo alto de las torres de las primitivas iglesias que erigió la Cristiandad en cada esquina de la muralla cuando, con la ayuda del Señor San Jorge, que derribó de su trono al dragón, recuperó para la fe las tierras áridas que necesitaban del agua para mantener el último suspiro de su vida.

No otra cosa debió de desear la fundación de los Mayordomos de la Cofradía de Caballeros de San Jorge el mes de enero aquel, cuando su capítulo general encargó una misa diaria en el altar de San Jorge de la parroquia de San Miguel, para mayor estupor de don Juan Jacobo, que todavía recordaba su primera visita a la ermita del ángel batallador que comparte oficio con San Jorge. Y se celebraba la memoria del uno en la iglesia de la que era titular el otro, en una especie de sociedad de beneficio mutuo que no sorprendió al maestro, ya en esos días inmerso en el laberinto de su calendario perpetuo.

Contaba el documento que los mayordomos de la cofradía donaron tras la misa conventual “tres piezas que poseen en la Vega, confrontando la una con la acequia del Molino del rey y con dos carreras públicas, que se llaman: la una de arriba y la otra de abajo, por las cuales va el Camino de Santa María de Villa Vieja…” y manifiestan que “con las rentas de ellas se celebrará todos los días una misa cantada en el mencionado altar de San Jorge, después de las misas mayores de las demás parroquias de la ciudad, para lo cual la campana mayor de San Miguel tocará durante una buena estonda de manera que todos los habitantes de la ciudad puedan oírla.”

Tal relación entre santos guerreros, uno ángel invencible portador del estandarte de Dios, y otro, caballero fabuloso, junto con el doblar de las campanas y la donación de la hacienda de las actuales fábrica y escuela, alimentaron el fragor que se había enseñoreado de la mente del joven maestro, que alcanzó el punto de fusión del que se hablaba cada vez con más frecuencia en los círculos que había frecuentado desde que se estableció en la ciudad.

Las sobremesas, los corros del Mercado, la tertulia de La Solana, el patio del recreo de la escuela, la sala de profesores de la Normal, el salón de fumadores de la Fonda de El Rubio o la propia sacristía de la catedral fueron escenario de lo que algunos ya no dudaban en llamar la locura del joven maestro.

Ese mismo día, don Juan Jacobo fue invitado a ascender a la torre del Portal con los mozos bautizados en la parroquia anexa, que habían velar día a día hasta que recibieran el alborozo de los primeros vencejos, bendición de la naturaleza renacida que vuelve a la vida tras la muerte del invierno ya entonces lánguido. Durante la espera, se entretuvo el maestro en la observación de signos y jeroglíficos que los centinelas de diversas épocas habían trazado sobre el yeso de las paredes interiores de la torre, entre las que se sentía como si él mismo fuera uno de los alarifes que la construyeron y que él había visto desfilar en compañía de otros personajes de la historia el día de la inauguración de la escultura de la aguadora, hacía poco más de un año.

Se agotaron las horas de sol sin que aparecieran los vencejos, por lo que hubo que repetir la subida al día siguiente, una excursión de paso a la vida adulta regada de vino y canciones que se repitió hasta la última noche del mes, cuando los jóvenes del antiguo Señorío entonaron aquella vieja canción de ronda que desvela el secreto de sus amores: “ya estamos a treinta del abril cumplido, alégrate maja, que mayo ha venido…”.

No volaron vencejos alrededor de las torres que habían pasado el invierno a la espera del verano ya próximo en el calendario, y don Juan Jacobo recordó las palabras que Petra esculpió en la oscuridad de la noche del Martes de Pascua, cuando el delirio de don Juan Jacobo eligió los miembros del Concejo y la República temblaba en Madrid.

Al bajar a la Vega para las clases del día siguiente, la visión de corros de vecinos que entraban y salían de la casa en la que la anciana había pasado toda su vida disuadió al maestro de acercarse siquiera al patio. No quiso darse por enterado de la muerte de Petra la noche anterior, sentada como siempre en su silla de enea, sin decir nada, con los ojos perdidos en la profundidad de las rieras, esperando a quien había prometido regresar.

1 comentario:

  1. Un respiro. Hoy, día 1 de mayo, he visto vencejos alrededor de la torre de San Martín.

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