domingo, 10 de abril de 2011

Calorina del sur



Entre la Semana Santa de este año que no parece querer llegar y lo que se han disparado las temperaturas en un mes de abril que anda despistado y olvidó el número de aguas que ha de hacer caer (mil, decían), andamos todos un poco para allá.

Inauguraron el museo de la iglesia de San Martín, y hubo quien pensó, (qué ingenuo eres, majo) que aquellos metros cuadrados renovados iban a alojar los pasos de las procesiones, y no, ahí tienes otra vez la carpa, más metros cuadrados de plástico horroroso que sirven para cobijar una peana, una disco móvil o una comida de campo. Una compañera de viaje seguramente no deseada pero que se nos ha convertido en elemento permanente nacido como solución mientras se alargaban las obras de la iglesia. Venga, no me digas que no te lo veías venir.

Y arriba, en la torre, bien firme sobre la veleta, se ha hecho dueño de las calles del centro vacío, como cada primavera, el pájaro de la noche, que se hace oír hasta bien entrado el amanecer. Presagio de buen tiempo de este buscador empedernido de compañía, que canta su soledad en momentos delicados, cuando nadie parece dispuesto a escuchar el lamento que se asoma al vacío que lo ignora. Lo cantó un poeta andaluz: Nadie sabe las palabras que caben en un silencio. Silencio: lengua del alma.

Pasó el invierno, este invierno de terrazas que impuso la ley en nombre de la salud, y desde entonces anda la ciudad un poco dispersa buscando el aire que poder manchar, y es absurdo recordar que aún llegará San Jorge laminero, que se lleva la fruta al cielo, ese hielo traidor que chamusca las flores que ingenuamente creyeron llegada su hora. Se me ocurrió decirle al vecino labrador que me saluda siempre en el patio de casa, que todo iba a cambiar con la luna llena de Semana Santa (iba yo, urbanita, de experto en cuestiones de campo), y me miró con una sonrisa que lo delataba: ¿la luna, por qué?. Toda la vida he sido labrador, y yo iba a la mía, sin preocuparme de la luna ni para sembrar ni para cosechar. La luna lleva su marcha, nosotros la nuestra. Una lección. No debió de preocuparse hace unos días, cuando la luna creció, y algunos temimos que se acercara demasiado a nosotros, y acabarámos alucinados.

Aunque, a este paso, alucinar, alucinamos bastante. La calorina del sur, que nos está matando.




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