lunes, 11 de mayo de 2009

COMO SENTENCIADOS



Cuentan los periódicos estos días que ha aparecido escondido en una botella un trozo de papel en el que varios prisioneros del campo de concentración de Auschwitz escribieron sus nombres y lugares de procedencia, junto con sus números de identificación dentro del campo de exterminio. Al parecer, aunque no se ha desvelado cuál o cuáles de ellos pudieran ser, algunos podrían vivir todavía hoy. Cómo me gustaría detener la mirada en los ojos de estos ancianos, aquellos niños del pijama a rayas olvidados, y leer en ellos lo que pudieran sentir al recibir la noticia del hallazgo de su mensaje.

Es nuestra historia. Cuando el mal se adueña de la vida y se hace con el destino de la existencia individual, el hombre se convierte en náufrago que no puede más que observar el vaivén de unas olas que carecen de sentido, se aferra a la botella de cristal que ha de perpetuar su memoria, seguramente un acto absurdo para muchos en su momento, pero verdadero aldabonazo para la conciencia del hombre de hoy, que tal vez trivializó la barbarie que no hace tanto que nos visitó. Lo escribió un poeta hace años:

Y como sentenciados,

a espaldas de las horas despiadadas,

al viento confiamos

clandestinos mensajes, testimonios

de que pasamos, de que comprendimos

y tuvimos un breve señorío

para que nadie pueda

confundirnos mañana con la nada

Releo el testimonio de Primo Levi (Si esto es un hombre), una pena que nunca lo abandonó, y me consuela Víctor Frankl con el relato de su experiencia (El hombre en busca de sentido). Y lo hago porque la estética del cine con el que nos criamos tal vez no sea el mejor antídoto contra este virus que también muta.

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