lunes, 4 de mayo de 2009

DEJEMOS HABLAR AL TIEMPO









Dicen los primeros versos de aquel viejo poema gastado por el uso y por la cita fácil que abril es el mes más cruel, “hace brotar lilas del interior de la tierra muerta, mezcla la memoria y el deseo, estremece las raíces marchitas con lluvia de primavera”. Por eso me da la impresión de que en esta tierra que vacía las calles durante la estación larga del otoñoinviernoprimavera (todo junto, a veces no se distingue una estación de otra, ya sabes lo que dicen de las dos estaciones de Teruel), nos alegra la llegada del mes de mayo, tan cargado de símbolos (la otra noche oí cantar los mayos en la lejanía), que parece que se nos dará la oportunidad de volver a comenzar una vez más a seguir lidiando con esto, a veces una aventura, esto que llamamos vida.



Y es un consuelo volver a oír lo de siempre en alguna de esas canciones que regresan una y otra vez a la memoria (se apoderan de ella sin que el interesado se dé cuenta), como aquella que tararea el amigo, que asegura que la tonadilla le persigue a la mínima que se descuida: “después de pasar un largo invierno se agradece ver el sol, el nacimiento de una flor”.


No es que me guste hablar del tiempo, vengo de familia de pronóstico escéptico: “- Abuelo, ¿tú crees que va a llover? – A la noche te lo diré”, tema socorrido que ayuda a evitar una conversación más a fondo, pero estaremos de acuerdo en una cosa: vaya invierno (y comienzo de primavera) húmedo y nublado hemos tenido / estamos teniendo, que nos ha obligado a buscar la tranquilidad del alcabor, lugar al que todos deseamos llegar y que nos permite ver la vida desde la barrera, sobre todo cuando la arena que soporta nuestro día a día se chopa y el barro que chapoteamos nos hace creer que nos hundimos.


Vuelve el sol, esperemos. Prometen abundancia de flores (y de polen, asmáticos y alérgicos, temed, temamos), pero nos queda el consuelo de una cosa. Volvemos a tomar la calle. Las horas de luz, prolongadas, nos hacen bien, y se agradece ver el sol, el nacimiento de una flor. Se lo repite la canción al amigo, cada vez que el pobre se descuida y divaga por esos mundos que cree que sólo él conoce, en sus paseos reglamentarios. Un consuelo que piense esto, porque el poema del principio hablaba de la desolación de una tierra baldía, y aquí me temo que somos de natural optimistas, pese al escepticismo del pronóstico del tiempo: a la noche te lo diré, que a mí, el tiempo que me obsesiona es el otro, el que pasa sin piedad.

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