sábado, 16 de mayo de 2009

SIMPLES BUENAS PRÁCTICAS



Basta un paseo por Teruel, sin más pretensiones que estirar las piernas y despertar a la realidad que nos rodea, para insistir en la necesidad de algún tipo de reglamento, ordenanza, o código de buenas prácticas (éste sí que sería un eufemismo) que ayudara a quienes incumplen las mínimas reglas de convivencia cívica.
Cada vez que saco a colación la necesidad de ordenar (poner en orden, dar órdenes, subordinar el comportamiento al bien común –sub orden, supongo que tendrá que ver con someterse a algo-), alguien, bienintencionado y un poco amigo de la ingenuidad que propugnaba Rousseau, me dice que sí, pero que es cuestión de educación, que hay que preparar a la gente para que no se comporte de manera poco cívica. Está bien, respondo, pero dime qué hacemos con los que ya mean, pintan, manchan, destrozan, hacen ruido, se olvidan de recoger lo que el perro deja caer y demás. Quién le pone el cascabel al gato, si es que se trata de poner un cascabel.
Se instalaron cámaras en rincones estratégicos con la finalidad de proteger los (algunos) monumentos que todos apreciamos y no deseamos ver manchados, pero la convivencia ciudadana depende de la buena voluntad de todos, y como todos no tenemos la misma voluntad (no diré si se trata de buena voluntad o no, sólo me remito a las consecuencias de los actos propios), habrá que poner orden.
Y si se trata de sancionar, que se sancione. Hay que hacer respetar la limpieza, el descanso ajeno (que no es ningún capricho), el decoro de los espacios públicos. Los particulares, y también las empresas, incluida la casa común de todos, que es el Ayuntamiento, que deberá ir pensando en horarios y maquinarias que respeten al ciudadano.
Así andamos. También en la Vaquilla. Me contaban que en Pamplona está prohibido en fiestas orinar en la calle (se sanciona), o utilizar megáfonos (se retiran). Por ejemplo. Y en ciudades de otros países, se avisa. La multa, como muestra la foto, es una amenaza. ¿Qué se actúa por miedo? No hay más remedio, cuando no lo hay.
El grafitti, de la puerta del parquin de San Martín. Ni te cuento cuánto tiempo lleva allí... A propósito, ¿a cuánto está la libra?




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