Confieso que muchas veces (habitualmente, lo reconozco), en el pasillo del Primer Ciclo de la ESO del Chomón que en su día creció hasta apoderarse de un pabellón del colegio Atarazanas que más adelante acabó de okupar el centro asociado de la Uned, es raro el día que no me confundo de clase, y entro en Primero A cuando me toca con Primero B, y al revés, o subo un piso cuando en realidad tenía que subir dos, para mayor acrecentamiento de la mala fama que persigue a quien se pierde incluso en su rutina diaria.
Por este motivo, no sé si la conversación de la que voy a hablar hoy (conversación coral: se oían voces que rara vez participan en la clase, un concierto que ha acabado por desconcertarme) ha sido con la gente de un grupo del otro (hacía calor, estamos acabando el curso, no tenía(n)(mos) muchas ganas de acabar la actividad que les había propuesto (raro eufemismo, ¿desde cuándo propone un profesor lo que se hace en clase?, aunque bien pensado, el profesor propone y el adolescente, ser en vías de perderse en la enormidad de piernas, manos, gallos de una garganta desentonada que aún tiene mucho que decir y el acné incipiente que lo tiene descolocado, dispone.
Se trataba de rellenar una ficha con los datos de un personaje famoso (nombre, edad, gustos, aficiones, costumbres, familia) para hacer una presentación oral, y me ha sorprendido que muchos elegían trabajar a partir del fenómeno mediático del siglo XXI, Belén Esteban, que según leo, ha entrado como tal en los debates del congreso sobre lenguaje y periodismo que tiene lugar estos días en San Millán de la Cogolla, cuna de las primeras manifestaciones escritas de nuestra lengua.
Por lo visto esta señora, mayor, muy mayor según ellos (¡por lo menos tiene cuarenta y ocho años, como mi padre!), y cosida a silicona (algo decían estos observadores de los medios de comunicación al respecto, también de los agujeros de la nariz de la…periodista, comentarista, actriz, locutora… - ahí no se ponían de acuerdo), esta señora, decía, está en televisión a todas horas.
En fin, he decidido acabar la actividad como he podido (más bien la he degollado), y he evitado cualquier comentario que pudiera fomentar aquello que tanto gusta de llevar la contraria. Y no sólo porque decían que esta señora tiene mi edad (casi) o porque me haya dolido que eso sea ser mayor.
Mayor me he sentido, luego, cuando volvía a la sala de profesores, y me acordaba de otro fenómeno mediático de hace años, don Jesús García, el abuelo del anuncio del todoterreno que conquistó la simpatía de tanta gente, cuando ni se nos ocurría pensar en los nuevos iconos de la televisión.
Uf. Junio. Los pasillos del Chomón viejo están a punto de quedar en silencio para siempre.
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