Está claro que el lugar en el que te crías determina tu manera de ver la vida. Suena a perogrullada. Hasta tal punto, que no ha faltado quien haya dicho que es imposible traducir de una lengua a otra, que como mucho, al traducir, se puede re-crear una versión del original que perderá gran parte del mensaje por el camino. Y esto ha dado mucho que pensar y mucho que hablar, sobre todo si tenemos en cuenta que vivimos en una cultura traducida: desde la Biblia hasta los autores griegos, latinos, árabes, que han conformado nuestros esquemas mentales, nuestra forma de ver y entender la vida.
Se me ocurre que algo parecido ocurre con determinadas palabras. Criados en un ambiente seco, árido, la palabra nenúfar nombra un entorno que nos parece lejano, al que a lo mejor sólo hemos tenido acceso por algún poema que describiera un lago o un estanque, propio de un ambiente recargado de adjetivos y de cisnes, como haría Rubén Darío o Villaespesa, un entorno más o menos romántico y próximo al crepúsculo.
Esta reflexión viene al hijo del tejado de la catedral, que está en obras. Al parecer, se está procediendo a sustituir las viejas tejas por nuevas, y no tardaremos mucho en ver la antigua iglesia de Santa María en todo su esplendor, una vez libre de andamios, plásticos y chapas que la han ocultado, a la espera de la renovación definitiva que permitirá que luzca todo su esplendor, si la crisis no se cruza de por medio.
No hace mucho que se terminó la restauración del cimborrio, el lucernario que permite disfrutar de la luz de la que el cielo limpio de nubes de estos días primaverales nos está permitiendo disfrutar. Y como cimborrio es palabra extraña, busco en el diccionario: aparte del cuerpo cilíndrico que sirve de base a la cúpula y descansa inmediatamente sobre los arcos torales, cimborrio es fruto del nenúfar, copa de forma semejante a la de este fruto… Flor blanca y semejante al lirio, con hebras en medio como las del azafrán.
Por eso, te recomiendo que visites el cimborrio desde el interior, desde las gradas del altar mayor, ahora que ya está terminado. Verás el juego de la luz sobre el fondo de las hojas de esta planta acuática de la que te hablaba, sus hojas enteras, casi redondas que llegan a la superficie del agua, donde flota la hoja. Y recordarás una vez más la sabiduría de quien supo dar nombre a lo que creaba. Para que luego pienses que tu entorno era árido y seco y no se presta a la poesía.
Se me ocurre que algo parecido ocurre con determinadas palabras. Criados en un ambiente seco, árido, la palabra nenúfar nombra un entorno que nos parece lejano, al que a lo mejor sólo hemos tenido acceso por algún poema que describiera un lago o un estanque, propio de un ambiente recargado de adjetivos y de cisnes, como haría Rubén Darío o Villaespesa, un entorno más o menos romántico y próximo al crepúsculo.
Esta reflexión viene al hijo del tejado de la catedral, que está en obras. Al parecer, se está procediendo a sustituir las viejas tejas por nuevas, y no tardaremos mucho en ver la antigua iglesia de Santa María en todo su esplendor, una vez libre de andamios, plásticos y chapas que la han ocultado, a la espera de la renovación definitiva que permitirá que luzca todo su esplendor, si la crisis no se cruza de por medio.
No hace mucho que se terminó la restauración del cimborrio, el lucernario que permite disfrutar de la luz de la que el cielo limpio de nubes de estos días primaverales nos está permitiendo disfrutar. Y como cimborrio es palabra extraña, busco en el diccionario: aparte del cuerpo cilíndrico que sirve de base a la cúpula y descansa inmediatamente sobre los arcos torales, cimborrio es fruto del nenúfar, copa de forma semejante a la de este fruto… Flor blanca y semejante al lirio, con hebras en medio como las del azafrán.
Por eso, te recomiendo que visites el cimborrio desde el interior, desde las gradas del altar mayor, ahora que ya está terminado. Verás el juego de la luz sobre el fondo de las hojas de esta planta acuática de la que te hablaba, sus hojas enteras, casi redondas que llegan a la superficie del agua, donde flota la hoja. Y recordarás una vez más la sabiduría de quien supo dar nombre a lo que creaba. Para que luego pienses que tu entorno era árido y seco y no se presta a la poesía.
(Ver el cimborrio así, tan blanquico, entre tanto ladrillo tostado por el sol y por el tiempo, me recuerda a estos adolescentes que se incorporan a clase tras una gripe. Blancos, delicados, estilizados tras la convalecencia)
No hay comentarios:
Publicar un comentario