domingo, 1 de marzo de 2009
Los sin escolta
En el rincón de la calle de San Martín en el que me crié, que sigue vivo gracias a las macetas que cuida aún hoy el cariño de Pilar, se oía gallego todos los días en aquellas jornadas de niños, solares que se convertían en gigantescos campos de batalla de guerras inocentes y tardes largas de verano. El señor Vicente y la señora Trini, pescateros de la calle de Los Amantes, no se entendían de otra manera, a veces también con los que no comprendíamos aquel acento cerrado y los escuchábamos asombrados.
Galicia entonces estaba muy lejos. Me vino la imagen esta noche a la cabeza mientras escuchaba los mensajes de los dirigentes gallegos, una vez finalizado el recuento de votos de las elecciones.
También hubo votaciones en el País Vasco. No me gusta hablar de política, ya lo sabes, igual que sabes que respeto ideas ajenas como pido que se respeten las mías. Por eso, te diré lo que pienso, porque estoy convencido de que no se trata de una cuestión política sino de higiene social necesaria. Ha llegado el momento: los permanentemente escoltados, los que salen a la calle cada día y miran debajo del coche o temen una sombra que tal vez sólo imaginan en el patio de su casa, quienes cada noche escuchan aullidos en la aceran de enfrente en la impunidad organizada, deben unirse y formar gobierno. Sin excusa.
Ahí te quiero ver, sin temor a lo que pueda pasar en Madrid o al vértigo de la aritmética. ¿O es que no iba en serio?
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