viernes, 6 de marzo de 2009

Patrimonio de conveniencia



Lo sé, he de acostumbrarme. Lanzar un mensaje en una botella era algo menos incierto que escribir un mensaje en un blog: no sabes si el mensaje llegará a algún sitio, y si llega, no habrá contestación. Y si la hay puede ser anónima, total que te seguirás sintiendo varado en el sitio de siempre.

Por eso habré de acostumbrarme a evitar la comodidad de hablar siempre de cuestiones locales. Local, aquí, es Teruel, el Terelu de mi amiga Ana Manzana, que guarda un pollo que le dibujó su profesor caminante en un cuaderno en sus tiempos del Chomón. Que lo sepas, si peregrinas por el vacío cibernético, y no sabes aún cómo has llegado a ser vomitado por el mar de la incertidumbre en esta playa a veces inhóspita.
Siempre me queda el consuelo de las palabras del autor del poe-mario que se presentó en Zaragoza hace unos días (Báratro, un infierno particular que me redime). Hay que enlazar lo local con lo universal, sin tregua.

En fin, una buena excusa, pues, hablar de lo de aquí como síntoma, icono, señal, de lo que ocurre por ahí fuera. Las luces de la Plaza del Torico, ese diseño psicodélico que no gustó a nadie, van a ser reemplazadas por otras que al parecer no se van a estropear.


Estamos en la ciudad del derroche, de la marcha atrás de quien dispara con pólvora del rey. Los adoquines del Óvalo se cambiarán, el mismo paseo se remodelará (quiénsabecuándo) para permitir la circulación en doble sentido, hubo que retranquear un edificio en la Plaza del Torico porque se nos había comido un trozo de espacio urbano, los montículos de los pasos de cebra se desmontan cuando nieva porque se atascan los coches, el tren vuelve a padecer obras de nuevo porque se hunde parte del trazado nuevo entre Teruel y Cella, se teje y desteje la ladera de San Julián, espera pacientemente el antiguo Asilo, la Glorieta sigue sin vida...

Lo recoge Mario:

llegamos tarde a ninguna parte
y lo peor de todo
es el camino de vuelta

1 comentario:

  1. A veces, las botellas que lanzan los náufragos llegan a la orilla de islas remotas, donde otros náufragos combaten su soledad leyendo las notas que se guardan en las botellas, y deciden arrojar ellos también botellas al mar para que las lleve a otras islas, a otros náufragos que combaten...
    Nadie está solo. Gracias por tus alcabores, querido Rafa.
    Fernando

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