A veces siente uno que hay mucho ruido alrededor. Los noticiarios vienen cargados, siempre con el mismo esquema: política, sucesos, deportes. Y el tiempo, verdadera amenaza para el ocio.
Por eso, a veces viene bien echar un vistazo a lo que ocurre en otros lugares y a lo que se escribe y opina en ellos, un sano ejercicio que nos permitirá no olvidar demasiado pronto que en Haití hace nada hubo un terremoto, que parte de Chile está patas arriba, que en muchos países del sur de América la situación es insostenible o que África o Asia son generalmente ignoradas, salvo que la parte del mundo que habitamos tenga interesas allá.
También se echa de menos en la televisión convencional el análisis de ideas, de las tendencias que dirigirán el mundo, o lo que llegará a nuestra tierra más adelante. Por eso, un vistazo a alguna revista extranjera da mucho de sí. Desde hace años estoy suscrito a Time, un semanario que difícilmente tengo tiempo de leer entero, cosas de la vida, pero que a veces trae testimonios gráficos y sorpresas impresionantes.
En un número reciente (22 de marzo), presenta diez ideas para el año próximo. La octava de estas ideas, firmada por Charles Kenny, advierte que la televisión salvará el mundo. Reconozco que muchas veces, casi siempre, leo sólo los titulares de la revista, y me entretengo algo más en una sección de comentarios breves de datos, donde despliega un mapa del mundo en el que apenas aparece España, se trata de comentar puntos donde se han generado noticias que a veces pasan desapercibidas.
Pues bien, esta vez leí un artículo de fondo y me detuve ante esta idea de la que hablaba. La octava: la tele ha de salvar el mundo.
Por una de esas casualidades del azar que guía la lectura y la escritura, había preparado yo para hoy, próxima ya la fecha del apagón analógico, una entrada en el Alcabor en la que me dedicaba a darle de tortas a la televisión, ahora que muchos más españoles podrán disfrutar de las cadenas de siempre, de las filiales que se dedican a repetir series viejas y documentales o nos saturan con sus teletiendas, y animaba a consumir otros productos en nuestros ratos de ocio, con el deseo de que el apagón no fuera analógico sino real.
Pensaba hablar de Internet, de su buen uso, de lo interesante que es que los padres controlen los viajes de sus hijos por la red, de la necesidad de recuperar la conversación alrededor de la mesa, de lo necesario que es que los críos se acuesten a su hora, que vayan bien dormidos al colegio. Pero no, me encuentro ahora con que la revista con la que busco adelantarme a la realidad, me asegura que la televisión nos ha de redimir.
Y es que estamos tan en nuestras cosas, nos creemos hasta tal punto que vivimos en el centro del mundo, que olvidamos que perjudicial es lo que nuestra sociedad abusa de los medios de los que dispone. En otros lugares el desarrollo está sólo comenzando, y se asegura que la televisión va a ser (está siendo) un instrumento de alfabetización y de reforma de la sociedad. De acuerdo. Pero ojo. A ver en qué manos cae y cuánto los manipulan. Al tiempo, Time.
Por eso, a veces viene bien echar un vistazo a lo que ocurre en otros lugares y a lo que se escribe y opina en ellos, un sano ejercicio que nos permitirá no olvidar demasiado pronto que en Haití hace nada hubo un terremoto, que parte de Chile está patas arriba, que en muchos países del sur de América la situación es insostenible o que África o Asia son generalmente ignoradas, salvo que la parte del mundo que habitamos tenga interesas allá.
También se echa de menos en la televisión convencional el análisis de ideas, de las tendencias que dirigirán el mundo, o lo que llegará a nuestra tierra más adelante. Por eso, un vistazo a alguna revista extranjera da mucho de sí. Desde hace años estoy suscrito a Time, un semanario que difícilmente tengo tiempo de leer entero, cosas de la vida, pero que a veces trae testimonios gráficos y sorpresas impresionantes.
En un número reciente (22 de marzo), presenta diez ideas para el año próximo. La octava de estas ideas, firmada por Charles Kenny, advierte que la televisión salvará el mundo. Reconozco que muchas veces, casi siempre, leo sólo los titulares de la revista, y me entretengo algo más en una sección de comentarios breves de datos, donde despliega un mapa del mundo en el que apenas aparece España, se trata de comentar puntos donde se han generado noticias que a veces pasan desapercibidas.
Pues bien, esta vez leí un artículo de fondo y me detuve ante esta idea de la que hablaba. La octava: la tele ha de salvar el mundo.
Por una de esas casualidades del azar que guía la lectura y la escritura, había preparado yo para hoy, próxima ya la fecha del apagón analógico, una entrada en el Alcabor en la que me dedicaba a darle de tortas a la televisión, ahora que muchos más españoles podrán disfrutar de las cadenas de siempre, de las filiales que se dedican a repetir series viejas y documentales o nos saturan con sus teletiendas, y animaba a consumir otros productos en nuestros ratos de ocio, con el deseo de que el apagón no fuera analógico sino real.
Pensaba hablar de Internet, de su buen uso, de lo interesante que es que los padres controlen los viajes de sus hijos por la red, de la necesidad de recuperar la conversación alrededor de la mesa, de lo necesario que es que los críos se acuesten a su hora, que vayan bien dormidos al colegio. Pero no, me encuentro ahora con que la revista con la que busco adelantarme a la realidad, me asegura que la televisión nos ha de redimir.
Y es que estamos tan en nuestras cosas, nos creemos hasta tal punto que vivimos en el centro del mundo, que olvidamos que perjudicial es lo que nuestra sociedad abusa de los medios de los que dispone. En otros lugares el desarrollo está sólo comenzando, y se asegura que la televisión va a ser (está siendo) un instrumento de alfabetización y de reforma de la sociedad. De acuerdo. Pero ojo. A ver en qué manos cae y cuánto los manipulan. Al tiempo, Time.
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